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martes, 7 de septiembre de 2010

Del intelectual al intelectualoide


No pretendo analizar las diferentes posturas acerca de los muchos problemas, por demás controvertidos, del sistema verbal español y sus terminaciones. En esta ocasión no me interesa demostrar la composición escrita, sino la diferencia abismal que existe entre grupos, personas, entes, egos, inmersos en un círculo próximo social que, a través de ciertos mecanismos basados en el “intelecto”, emiten un valor a los demás, demostrando así las carencias con las que se manejan en su cotidianeidad.

Es fácil darse cuenta que los seres humanos no somos iguales. A través de los escenarios sociales en los que nos desarrollamos como personas, es igual de factible agarrar a un puño de incompatibles e incomprendidos y meternos en casillas bajo algún nombre.

El escritor ruso Fiódor Dostoyevski, autor de Crimen y Castigo, llegó a decir que la separación de los humanos en clases es la aberración más bárbara y diabólica que ha concebido jamás la mente del hombre.

Entiéndase que no pretendo caer en una interpretación decadente de mi sistema social, simplemente que no puedo ser indiferente ante ciertas poses, a ellos y ellas denominados “intelectualoides”. Bajo la terminación –oide- sin considerarla directamente en la aplicación de ciertas razas africanas en el siglo XIV. Meramente “parecido a”.

Los “intelectualoides” se encuentran salpicados. Tienen una formación escolar hasta los más altos niveles, puestos que no disfrutan ni tantito y se pueden encontrar en grupos. Esa es la diferencia singular entre el verdadero intelectual. Esos que parecidos a los anteriores disfrutan lo que hacen y gozan de una buena salud mental.

Alejandro Jodorowsky en su Cabaret Místico dice que nuestro organismo es animado por cuatro energías: la corporal, la libidinal, la emocional y la intelectual. Cada una de estas energías crea un Yo fragmentado con su propio lenguaje. Explica también que cuando no desarrollamos uno de estos lenguajes, sufrimos de una desviación en la personalidad.

Cuando no existen en un todo, sufrimos un lamentable desequilibrio. El centro “intelectual” quiere ser el amo, designar, explicar. Y con esto no encuentra ese silencio de su verdadera esencia.

El encanto del intelectualoide radica en lo que él o ella, en su interminable verdad absoluta, pretenden cambiar la vida y obra de los demás sin haber tenido un momento de soledad. Y buscan hacer de su verborrea oral algo verídico. Debilitando, la sexualidad, enfriando las emociones y despreciando su cuerpo. Vacío.

En fin, ¿Quién quiere ser intelectualoide?

A veces, me quejo demasiado, pero en esta ocasión… Yo, paso.

1 comentario:

Jorge Sánchez dijo...

Si completamente de acuerdo ¡¡ yo también safo. Aunque esto me parece un tema para debate bien interesante, creo yo que este tema ha sido analizado desde puntos de vista diversos, desde Herman Hesse pasando por Noam Chomsky y hasta el mismo Olallo Rubio (dije desde puntos de vistas diversos) llegando todos ellos a una conclusión: " El conformar tu persona, es decir el definirte en función a las necesidades colectivas y por ende a las necesidades de unos cuantos(sistemas económicos y políticos) te aleja agigantadamente de la trascendencia de tu ser". Que es precisamente de lo que habla Jodorowsky, una vez que se logra el equilibrio entre esas cuatro energías comienza la gran transformación, lo cual implica, que seas y vivas en función de tu felicidad de tu fuerza de tu seguridad de tus sueños tus deseos y no en función de la aceptación de aquellos grupos que se conforman por lo que poseen. Creo me debraye mucho haha pero vaya a manera de conclusión, Intelectualoides = pousers = acomplejamiento = vacío = sufrimiento = involución. Un gran abrazo Gaba.

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