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martes, 2 de noviembre de 2010

Los sueños, sueños son.

Nací un 28, ni 1, 3, 6, 16 o 31, sino un 28. Según las matemáticas, el 28 es un número compuesto, que está conformado por los factores propios: 1, 2, 4, 7 y 14. Un número perfecto.

A muchos amigos les había pegado el acercamiento de llegar a los 30. No era mi caso, aunque ya estaba en la segunda mitad de los veintes, no me preocupaba del todo pegarle al tercer piso.

Confieso que cada año me pone nerviosa saber cómo pasará el día de mi cumpleaños. Dejando los recuerdos y cerrando ciclos. Pensar en las personas que conocí durante 365 días y que se convirtieron en amigos. Y sobre todo analizar el lugar en el que me encuentro con todas esas cosas que ansiosos pensamos en el futuro.

Cosas que antes no me importaban, o que al menos no pensaba del todo, pasaron a primer término. Desde que recuerdo, consideraba que tener hijos era de locos. Me parecía ridículo que existiendo tanta plática de sexualidad en todos lados, campañas aquí y allá, mis amigas terminaran embarazadas antes de terminar su carrera.

Al menos para mis 28 ya la había librado. No tener descendencia a esta edad significaba haber salido de las estadísticas y eso me tranquilizaba. En cuestiones de látex, todo puede pasar.

Supongo normal que aquel instinto maternal alguna vez despierta del letargo inmaduro y se manifiesta. Mis conocidas del trabajo, entre 25 y 32 años tampoco se veían dispuestas; sobre todo porque actualmente es tan difícil encontrar un buen partido que valore tu trabajo y decida, de mutuo acuerdo lograr ciertos objetivos de vida, decían ellas.

A una no le cae el veinte hasta que lo sueñas, pero y qué. Al final los sueños, sueños son.

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